Algo que debería entender los congresistas del partido de gobierno y el gobierno es que no se trata de vencer sino de convencer. Es evidente que el país está ansioso por cambios y reflejo de ello fue el triunfo de Petro, pero esos cambios no se pueden imponer a malas con el argumento repetidamente cacareado de que es la voluntad del pueblo y la voluntad del pueblo no se discute. Si bien las ideas de la izquierda triunfaron en las urnas no se trataron de un “mandato cierto”, ya que no nos olvidemos que el candidato ganador obtuvo en 50,44% de los votos mientras 47,31% voto, no por el otro candidato, sino principalmente en contra de Petro. La mitad de los votantes no se sintieron seducidos por los planteamientos del triunfador.

No hay duda de que todos aquellos que no votaron por Petro concuerdan con las grandes directrices que ha planteado en estos dos meses el gobierno: Es necesario disminuir la desigualdad y luchar contra la pobreza. Es necesario desconcentrar la tierra fértil que está en manos de quienes no la cultivan. Es necesario mejorar el sistema de salud que, aunque bueno tiene muchas falencias. Es necesario hacer ajustes en las fuerzas armadas para que estas actúen de conformidad con los derechos humanos. Es necesario combatir el cambio climatico que esta teniendo efectos devastadores y es deseable tener un pais en paz.

Dicho esto, no todo el país está de acuerdo en la forma en que se deben llevar a cabo la manera de atender estas necesidades. El camino para encontrar soluciones que sean beneficios para todos los habitantes, es convencer con argumentos sólidos las razones para tal o cual estrategia y atender las observaciones de los expertos en las diversas materias. Un buen ejemplo ha sido el comportamiento del ministro de Hacienda que ha estado dispuesto a escuchar sugerencias. El problema en este caso particular no es que la reforma no sea necesaria ni que no se haya morigerado, sino que resulta inconveniente imponer al capital tributos adicionales en la antesala de una recesión económica.

Con una aplanadora en el legislativo conseguida mediante los métodos tradicionales de la mermelada (porque no creo en la afinidad ideológica de quienes forman la coalición de gobierno), el gobierno en los demás frentes quiere imponer cambios drásticos en muchos frentes rompiendo zozobra e inestabilidad. Poner fin a la economía extractiva, como la llama el presidente, es poner en jaque la gallina de los huevos de oro en momentos de angustia económica. Devolver el sistema de salud al manejo del sector público es regresar a Colombia a los tiempos del Seguro Social y someter a los pacientes a los vaivenes de la política regional y, porque no decirlo de la corrupción. Un revolcón excesivo en las fuerzas armadas conduce a la desmoralización de la tropa con efectos graves sobre la seguridad nacional. Una paz que sacrifique la justicia y promueva la impunidad deja la sensación de que el delito paga.

El diálogo al cual ha llamado el presidente debe ser algo más que un gesto o una cortesía. No puede ser un diálogo de sordos en el cual se informa a los interlocutores lo que se va a hacer. Y en este diálogo la oposición también debe transigir para construir y entender que, si bien la mitad del país no votó por el gobierno actual, esas fueras resultaron ganadoras.

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