El pasado 21 de octubre un grupo numeroso de personas celebramos la jubilación de Antonio Ripoll Spiteri, Moss, Jefe de Servicio de Planificación y Evaluación de la Dirección General de Servicios Sociales y Relaciones con el Tercer Sector.
En general, los medios de comunicación suelen hacerse eco de obituarios, recuerdo de personas que se fueron dejando una profunda huella entre familiares, amigos o en la sociedad. Son esos momentos tristes en los que el pesar y la añoranza se hacen carne en textos en general de alabanza sin excesiva mesura. Pero resultan más raros los artículos que celebran la jubilación de un amigo, compañero y una referencia fundacional y fundamental en las políticas sociales de la Región de Murcia desde los años ochenta, y menos cuando el retiro se produce sin motivo de salud alguno ya los 63 años. Moss podría haber continuado un quinquenio más siendo maestro y luz en la cada más sombría y descorazonadora situación de los servicios sociales en nuestra región.
¿Qué se puede escribir sobre una comida de jubilación en octubre murciano? Un lugar propicio para la alegría, un jardín entre árboles frondosos y parterres al azar, un pequeño estanque, el cielo azul, un poco brumoso por la calima en lo alto, las tórtolas arrullándose en la rama de un sauce, mesas redondas con manteles blancos debajo de sombrillas de colores ciertos, gente, mucha gente de muchos lugares y condiciones, abrazos, apretones de manos, un no te veo desde antes de la pandemia o desde antes de que todo se fuera al carajo, que diría Vargas Llosa. Porque sí, una jubilación sin motivo a los 63 años puede significar que algo, o todo, se fue al carajo, y cuando una persona como Antonio Ripoll, maestro y amigo de numerosos trabajadores y trabajadoras de los servicios sociales decide apartarse definitivamente de su mundo y pasión de cuarenta y muchos años la sospecha se hace certeza.
Una tarde de finales de octubre da para mucho. Ya hemos hablado de los árboles, de las mesas, del estanque, del cielo de brumas vespertinas, de las bebidas y de la ambrosía del reencuentro con viejas amistades. Sería fácil ahora hablar de nosotros mismos y de nuestra relación con el homenajeado. Seguramente es lo esperable, un conocí a Antonio Ripoll hace 50, o 42 o 36 años. En Murcia, en el Barrio de Los Rosales, en la Universidad o en aquel bajo comercial que hacía las veces de aula de escuela infantil. O contar anécdotas de las largas horas de trabajo, en el café de las siete y media, en las conversaciones a media mañana que, por la brevedad del momento, se presumían incisivas, irónicas, cínicas y, los viernes, con cocoteros o flores estampadas .
La comida de la jubilación fue también una historia de soledad, la de la gente que bebe cicuta a sorbos breves, esperando un acontecimiento inexorable, como el tránsito de las estaciones o el regreso del cometa Halley. Sócrates la bebió mezclada con vino, siguió su destino sabiéndose víctima de una ley injusta pero que tenía que acatar para seguir teniendo fe en el futuro de los griegos. Nada que ver con esta gente que la bebe pensando en su fin como el último día de la Humanidad.
Durante los últimos meses previos a su jubilación, fuimos muchas las personas que animamos a Moss a seguir en la lucha. Era un referente de los servicios sociales en Murcia, de la honestidad y de la responsabilidad, de compromiso con los colectivos más vulnerables. Era ese faro que emitía una luz poderosa y atrayente en un proceso de mar de mediocridad. Pero para él la política, y los políticos realmente existentes, no los deseados, solo entendían de ruedas de prensa que ocultaban el enorme vacío conceptual, el errático camino a ninguna parte, el desvarío provocado por no tener ninguna idea de futuro, tampoco de presente , sobre los servicios sociales, solamente ese instinto de supervivencia política que suele hacer daño y causar heridas permanentes.
Todo eso es ya pasado. Moss se mantuvo firme en una decisión largamente meditada, un aviso para navegantes entre islas oscuras y misteriosas: la política se ha divorciado de sus técnicos. En consejerías y organismos autónomos, la dirección política es cortoplacista, no tiene proyecto que no sea el de supervivencia. Atrás, muy atrás, quedan esos funcionarios que comenzaron a desarrollar proyectos con una constitución recientemente aprobada que habló de derechos, de bienestar, de igualdad, de protección de los colectivos necesitados. Como Musgo.
Ahora ya jubilado, en las faldas del Carche, observando la naturaleza envolvente, el canto de los pájaros, las nubes en lo alto, el rojizo perfil del otoño, no tenemos otra opción que creer que las grandes personas volverán a soñar ya edificar en un páramo político. Nos va el futuro en ello. Moss será grabado siempre en su trabajo, utilizando una expresión de Román Krznaric, como uno de los buenos antepasados a los que debemos nuestra confianza en el futuro. Mientras tanto, le recomendamos que estrene La Conjura de los Necios, de JK Toole. Se reirá en abundancia y se olvidará de tanto necio que anda suelto.