El déficit de profesores de Religión en España es una realidad que sale a la luz cada comienzo de curso, tanto en la escuela concertada como en la pública. Esta falta de título personal, especialmente en la Enseñanza Secundaria, es sintomática de un problema de fondo: la ausencia de un laicado calificado.



El requisito de tener un grado en Ciencias Religiosas o Teología habla del escaso interés mostrado por formar a los católicos, tanto en los obispados como en las congregaciones. Cuando hace décadas se vislumbró la crisis vocacional en la vida consagrada y el sacerdocio, nadie hizo un ejercicio de planificación a futuro ante la jubilación y desaparición paulatina de las monjas, religiosos y curas; en los colegios, pero también en hospitales, residencias, despachos parroquiales…

No se llevó a cabo esa previsión estratégica, ni tampoco parece que hoy haya un convencimiento cierto sobre la vocación y misión de los laicos, no solo para estar al frente de un aula. Porque la Iglesia sinodal con la que se sueña exige, además de buena voluntad, una confianza y apuesta real que pasa sin duda por invertir en vocacionar y formar al cristiano de a pie.

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