La historia fue creando formas de convivencia según los territorios, formando lo que llamamos naciones con sus características y cultura, por las que se les reconoce con ciertos valores y personalidad. En tiempos estos, sin embargo, se ha comenzado a elaborar y hablar del globalismo, término que, aunque no sea nuevo, se le está dando tal contenido, que causa la impresión que se quiere borrar la tradición, por lo que presenta el problema: de si el futuro va a respetar la identidad de los pueblos o se camina a un globalismo en el que se olvida la historia de cada pueblo para crear una sociedad difusa, amorfa con una ideología creada en laboratorio. Esta es la cuestión.

La línea del pensamiento globalista supone prescindir de la marcha que durante siglos han tenido las naciones, con sus diferencias y con sus disensiones, a veces violentas, para ello se ha legislado no estudiar historia. La nueva progresión, que según su definición es: «un proceso económico, social, político, tecnológico y a escala cultural planetaria, caracterizado por una progresiva integración e interacción entre los países, las personas y las instituciones». Es decir, la planificación de fuerzas que quieren someter a las naciones a sus intereses, y necesitan para su establecer eliminar los distintivos históricos de los pueblos.

El término globalización, que en sí parece inocuo y aun resolutor de diversos problemas, cuando se trata de fuerzas anónimas, que quieren unificar a toda la sociedad mundial según sus intereses económicos, sociales, políticos y culturales, pone sobre aviso, pues se ordena a limitar la libertad en todos los aspectos ya dominar los pueblos según sus logros, por lo que hay que pensar: qué es lo va a suponer. Las tradicionales tiranías que se han dado en la historia, ante este programa, quedan como pequeñas hegemonías. En verdad se dieron pasos de concentración de la cultura greco-romana en Europa y las regiones de su influencia, pero ese fenómeno se dio por el enorme contenido de su filosofía y derecho, y por responder a la naturaleza humana tuvo éxito, no por lucros de poderosos, sino por su valor social.

Hoy día el globalismo se está diseñando, no por sus valores humanos, sino por intereses de ciertos poderes que quieren dominar dictatorialmente la humanidad. Se refiere, por tanto, a una pugna en la que la humanidad se juega su futuro, puesto que pretende anular la identidad de los pueblos, y meterla en esta figura nueva deshumanizada del globalismo. Es decir, se platea el desvío de la tradición y lo que conocemos como sentido común, y entrega los pueblos a una globalidad dirigida y definida con planes como la Agencia 2030, de la ONU, Unión Europa, y grupos de individuos que han llegado a dominar estas instituciones como Soros, Bill Gates, la Fundación Rockefeller, etc., que son, en realidad, grupos multinacionales, intervencionistas y políticos de los últimos estertores del comunismo y el socialismo.

La idea de ampliar el poder ya lo vemos en las conquistas antiguas de los Persas que llegaron a Grecia, de los Griegos de Alejandro Magno que sometieron todo el oriente, los romanos que construyeron un gran imperio, y, también, España «cuando no se ponía el sol en sus dominios». Todos ellos se dirigieron a ampliar sus imperios respetando a la persona, pero el globalismo, que ahora examinamos, es otra cosa, no es la ampliación de una nación, sino dominar el mundo por la imposición de ideologías que priven a la sociedad de su forma de ser, pensar y decidir. Lo cual es crear una esclavitud ideológica. De modo que ya no sólo se suspende permanentemente la cuenta de Twitter a Donald Trump, expresidente de EEUU, sino que, también, ha llegado la Unión Europea a censurar las voces disidentes y antiglobalistas.

Este movimiento globalista comenzó después de la II Guerra Mundial, y se intensificó con la «guerra fría» que siguió. Pero ahora ha tomado unas nuevas características, sobre todo de la mano del desarrollo de las redes informativas y las nuevas tecnologías de telecomunicación, que han puesto en contacto con poblaciones y mercados de todas las partes del mundo. Para comprender este globalismo que presenta un amplio programa, todo él delirante, sólo basta anunciar el plan que se propone en la Agenda 2030: «Humanizar a los animales. Deshumanizar a los humanos. Masculinizar a las mujeres. Feminizar a los hombres. Hacer adultos a los infantes. Infantilizar a los adultos. Esta es la realidad paralela que busca implantar el Globalismo, pero eso no quiere decir que sea la realidad». Basta esto para que se ponga a temblar toda la humanidad, y esta ideología lo están asumiendo las grandes instituciones, como la ONU y la Comunidad europea.

El Gobierno español, siguiendo a la ONU ya la Comunidad europea, se muestra inclinado hacia esa Globalización, con lo que perderemos el carácter de nación para caer en manos de unas ideologías que anulan a las personas, privan de libertad y aún de la forma de pensar. Caer en manos de esas fuerzas, supone la deshumanización de las personas, y en consecuencia la pérdida de ser persona, igual y libre. En cuanto a la libertad lo lógico es que la conducta de las personas y las normas de la sociedad se adaptan a la naturaleza humana y ésta, que es inamovible por definición, no debe adaptarse a ideologías que la destruyen, para ser objeto de extraños poderes .

Para los que hemos sido formados en la cultura occidental, y estimamos que el sumo valor es la naturaleza humana, consideramos lógico que la conducta de las personas y las normas de la sociedad se adaptan a la realidad y no que ésta, inamovible por definición, sea ​​la que se adapte a ese Globalismo que nos amenaza y echa por tierra nuestra cultura, pretendiendo crear una sociedad hecha en laboratorio por mentes que promocionan sus intereses. “Delirium tremens”

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