Iain Macleod, el ministro de Hacienda más breve en la historia británica (del 20 de junio al 20 de julio de 1970), tuvo tiempo de pronunciar una frase genial antes de morir de repente: “Los socialistas maquinan sus maquinaciones, los liberales sueñan sus sueños, y entre tanto los conservadores hacemos el trabajo que hay que hacer”.

Con Boris Johnson (un populista autoritario) y Liz Truss (una libertaria), los tories abandonaron esos papeles y se permitieron soñar locuras como el Brexit o la reducción de impuestos. Con Rishi Sunak –un contador prudente y soporífero, con una sonrisa Disney, nutritivo pero no excitante– han vuelto a ese rol de gestores eficaz al que se refería Macleod, ya intentaron resolver la infinidad de problemas acumulados en doce años de mandato conservador que han creado un país disfuncional, sumido en el caos, con una economía destrozada, un equilibrio territorial roto y tanta tensión social que hay huelgas todos los días. Como a finales de los setenta.

A Sunak no le va a faltar trabajo en los dos años que tiene antes de las próximas elecciones, un plazo que él mismo se da cuenta que es muy corto para desfacer los entuertos y que los votantes reconozcan sus méritos. Pero además de profundizar en los detalles y buscar soluciones pragmáticas a cuestiones tan espinosas como la inmigración, el estado lamentable de la sanidad pública o la falta crónica de vivienda, el primer ministro necesita una identidad.

Ha intentado mostrarse como una versión masculina de Thatcher, pero no ha colado; como una edición más joven (pero igual de aburrida y sin quedarse dormido o tener lapsos de memoria) de Joe Biden; o como el alter ego inglés de Emmanuel Macron (ambos tecnócratas, exministros de Finanzas, en sus cuarenta, prestos al compromiso, con la mayoría de las frágiles y experiencia en Goldman Sachs y la banca Rothschild).

Con el presidente francés comparte una política fluida que les permite ejercer casi como socialistas en determinadas cuestiones (Sunak ha subido los impuestos y los subsidios sociales desafiando el dogma conservador ), y como conservadores en otras. También la tolerancia a una cierta dosis de corrupción en sus partidos, y una actitud pragmática que les ha llevado a dar marcha atrás en asuntos como la reforma de la edad de jubilación en Francia o de las normas de planificación urbana en Inglaterra. Dicho esto, el titular de Downing Street está muy a la derecha de Macron y es un euroescéptico, aunque se da cuenta de que el Brexit no funciona y lastra el despegue económico.

Sunak quiere ser respecto a Johnson lo que Biden respecto a Trump, pese a la diferencia de edad, un adulto en política en vez de un adolescente, por muermo que resulte, al frente de un partido dividido y de una sociedad polarizada, que proporciona por encima de todo una aburrida estabilidad. La esperanza de ambos es que la gente, cansada de los excesos de sus predecesores, quiere una dosis de aburrimiento. Que ser aburrido resulte sexy.

El conservador Sunak sería la otra cara del espejo en el que se mira el demócrata Biden. Pero, de momento, no ha cuajado la comparación ni con el presidente norteamericano –en el otro polo ideológico– ni con el francés, ni con su admirada Thatcher. Mucho más peligroso para él es visto como un nuevo John Major (serio, pero a quien la crisis económica se llevó por delante), un nuevo Gordon Brown (la definición del anticarisma), Edward Heath (que perdió su pulso con los sindicatos) o James Callaghan –su auténtica pesadilla–, que cayó tras los inviernos del descontento de 1978 y 1979, cuando una ola de huelgas para pedir subidas salariales hizo perder dos millones de días de trabajo y paralizó el país.

Los vientos de la transición política suelen llegar antes que las tormentas. La “sociedad sin clases” de Major se anticipó a la meritocracia de Blair, los recortes de Brown a la austeridad de Cameron, y las medidas monetaristas de Callaghan a las de Thatcher. Los partidos que van a ceder el poder hacen suyos, en un vano intento de supervivencia, las ideas de sus rivales. Como ahora los tories con las tasas a los beneficios de las energéticas, un reflejo de los nuevos tiempos. El modelo económico del Reino Unido desde la década de los ochenta (bajos impuestos, bajos tipos de interés, baja inflación y sueldos bajos) está en crisis, y el ultraliberal Sunak admite que “el mercado tiene sus límites”. Thatcher nunca lo hizo.

Si en la revolución del Brexit Johnson fue Danton, y Truss Robespierre, ¿quién es Rishi Sunak? Busca una guerra con los sindicatos, destruir a Mike Lynch (que organiza las huelgas de los ferrocarriles) como la dama de hierro terminó con Arthur Scargill, redujo las solicitudes de asilo, reformar la sanidad y negarse “por responsabilidad” a la subida de sueldo del 19% que exigen las enfermeras, mientras gestiona con aburrimiento el declive del Reino Unido. Pero aburrida y pragmática no hay quien ganó al líder laborista Keir Starmer, que también sabe robar políticas a la derecha (dureza con la inmigración, bandera, patria, Brexit). Y eso puede ser un problema muy gordo.

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